miércoles, 29 de enero de 2014

Despedida al blog.

Son años de borradores y publicaciones virtuales que me dejan este espacio. Esta vez, decido arrancar desde otro rincón virtual, más mío y menos doloroso. Este es el último post para mis Mariposas y de aquí en adelante, esto es a otro nivel.
Gracias a quienes alguna vez se tomaron el tiempo de leer. Necesito quitarme un peso que está sobre mis hombros y este es el último primer paso.

PD: http://deletrasyotrosviciosnocturnos.blogspot.com/

lunes, 9 de diciembre de 2013

Parásito III (experimento): El aguijón y la silla vegetal.

http://beccj.deviantart.com/art/Dream-World-186880252
No conozco tiempos sin soluciones tétricas, ni compases bien llevados con un taladro.
Es o no, son tres y uno. No son nada con aspiraciones de grandeza . Pero les creen.
Él se perdió y preguntaron porqués, maldijeron y lloraron, mientras esa música  les quitaba el aliento.
Sin fin, sin gloria, sin motivo y sin orgullo es fácil acceder al desconocimiento de este juego.
Apareció a eso de la una, con migraña y deseos de comer sin respirar. Procuraba (y eso si que lo noté enseguida) mantener los dientes grandes y hermosos expuestos para todo el público, a pesar de que su cabello le cubría la mitad del rostro.
En tiempos de vals hasta el abuelo hace un intento por no pasar a ser polvo de estante, pero el llamado era convocado por la simple razón de quedar de pie, después que el resto se alcoholizara al punto de la amnesia blanca.
Ahora, es bien sabido que los caballeros idolatran de buena manera los deseos impulsados por las vísceras, (piel deliciosa oculta), deseos que se alojan bajo la falda de una invitada ovular y que pican como agujas en las uñas de los pies.
Es fácil dar por hecho que la noche se involucra con los pelos de los gatos en espacios semi-vacíos, pero no sucede a las horas de aparentes y modernas secciones de radio en el patio.
Ni el mismísimo Carroll imaginaría fiestas de té tan decadentes; era mirar a cada esquina con la no tan ansiosa sorpresa de encontrar secreciones corporales de todo tipo.
Regresando al personaje que se nos esfuma, suelo recordar que tenía la lengüeta del zapato bailoteando en sentido contrario.
Paso tras paso, las suelas del susodicho fueron desdibujándose y ante el resplandor confuso de los reflectores, pudo estabilizarse frente a uno de ellos, intacto y en un estado de lucidez nocturna que sólo podría compararse con los delirios de búho.
Sin más preámbulo, las cabezas asentían con el sonsonete clásico y esa multitud que se asemejaba a las larvas de algún panal de moscas, con las pieles estiradísimas y sin remordimientos, fueron hincando sus tobillos y los gritos con aliento a ron enfermaron el aire.
Nadie dio mucha importancia a aquel acontecimiento. Nadie exceptuando a éste, su narrador.
La invitada ovular, en una carcajada a unisono con sus acompañantes señaló al personaje e hizo una anotación torpe sobre la ropa que lucía. Los ojos voltearon y el caucho de sus labios se dilató a reventar: era toda una composición merecedora de cincel, oda a la hipocresía y la desfachatez.
Sin más remedio, nuestro protagonista llevó a cabo su movida antes del anuncio de las campanas: congelados ya los segundos, los estruendos provocados por los siete disparos fueron inaudibles y la sangre abrió su paso, con zancadas fuertes y un gran escándalo.
Tirados en el piso, los invitados sucumbieron ante la respiración acelerada del tipo y la satisfacción en sus lágrimas. Con el gran cierre de la función, el hombre huyó de la escena, con calma, amenazante.
Si me pregunta, no, nadie se inmutó para atraparlo. El miedo caló profundamente en los asistentes.
La bella invitada ovular, yacía en el piso sin señales de corriente sanguínea o algo que la mantuviese atada a este mundo, pero fue la pronta acción de los no tan inútiles acompañantes la que evitó su completa muerte. Una familia desconsolada por su no-pérdida, asumió los restos de la que algún día fue protagonista de orgullos mal dirigidos y fantasías incorrectas.
Al principio, el ritual iniciaba temprano: desde apartarle la cabeza de la almohada, hasta acomodarle los pies de nuevo, cuando cayera la noche.
Desmoronados uno a uno, fueron desapareciendo aquellos que actuaban por mantener su imagen de buenos samaritanos.
Al cabo de unos meses, sólo eran su madre, su padre y su hermano, los que lidiaban con el peso de sus cabellos rubios e inconscientes.
Fue un Martes, cuando llegué y ofrecí mis manos para aliviar un poco el malestar de aquella familia. El panorama podía haberse descrito con una melodía carcelaria, elaborada para esa mujer encadenada en su celda.
Debido a que ofrecí mi servicio sin esperar más que posada y algo de comida y consecuente a mis conocimientos en enfermería, no hubo resistencia para que pronto me hiciera cargo.
Pasábamos un buen tiempo. La peinaba cuando el sol no quería pasar escondido y sus rayos sin clemencia buscaban nucas abandonadas para calentar. Era mi trabajo no dejarlo escabullirse.
Jugaba con ella al silencio e intentaba atrapar su atención con historias, siempre sin poetas o algo ridículo. En la noche, me despedía con un beso en su frente y la promesa de volver a verle la mañana siguiente. Comprobaba que sus párpados estuviesen bien cerrados y perezosos.
¿Qué más se le puede pedir a la vida que despertar junto a una mujer así y despedirse con la emoción de volverla a ver cada mañana?
Estimado lector o lectora, yo no hice más que presenciar una obra maestra, construida desde el más bajo, oscuro y placentero de los deseos humanos: el ser amado.
No me juzgue usted, ni acuse con nadie. Confieso que mi mayor miedo se esconde tras las pupilas de ésa dama ovular y la improbable posibilidad de que algún día despierte y me señale con terror, como el hombre que alguna vez le disparó.

viernes, 25 de octubre de 2013

El despertar - Alejandra Pizarnik


a León Ostrov 
Señor 
La jaula se ha vuelto pájaro 
y se ha volado 
y mi corazón está loco 
porque aúlla a la muerte 
y sonríe detrás del viento 
a mis delirios 

Qué haré con el miedo 
Qué haré con el miedo 

Ya no baila la luz en mi sonrisa 
ni las estaciones queman palomas en mis ideas 
Mis manos se han desnudado 
y se han ido donde la muerte 
enseña a vivir a los muertos 

Señor 
El aire me castiga el ser 
Detrás del aire hay mounstros 
que beben de mi sangre 

Es el desastre 
Es la hora del vacío no vacío 
Es el instante de poner cerrojo a los labios 
oír a los condenados gritar 
contemplar a cada uno de mis nombres 
ahorcados en la nada. 

Señor 
Tengo veinte años 
También mis ojos tienen veinte años 
y sin embargo no dicen nada 

Señor 
He consumado mi vida en un instante 
La última inocencia estalló 
Ahora es nunca o jamás 
o simplemente fue 

¿Còmo no me suicido frente a un espejo 
y desaparezco para reaparecer en el mar 
donde un gran barco me esperaría 
con las luces encendidas? 

¿Cómo no me extraigo las venas 
y hago con ellas una escala 
para huir al otro lado de la noche? 

El principio ha dado a luz el final 
Todo continuará igual 
Las sonrisas gastadas 
El interés interesado 
Las preguntas de piedra en piedra 
Las gesticulaciones que remedan amor 
Todo continuará igual 

Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo 
porque aún no les enseñaron 
que ya es demasiado tarde 

Señor 
Arroja los féretros de mi sangre 

Recuerdo mi niñez 
cuando yo era una anciana 
Las flores morían en mis manos 
porque la danza salvaje de la alegría 
les destruía el corazón 

Recuerdo las negras mañanas de sol 
cuando era niña 
es decir ayer 
es decir hace siglos 

Señor 
La jaula se ha vuelto pájaro 
y ha devorado mis esperanzas 

Señor 
La jaula se ha vuelto pájaro 
Qué haré con el miedo 

martes, 22 de octubre de 2013

Parásito II (Experimento): Sin aliento ni crisálidas.

Un día se cortó la respiración del mundo.
Sí, así como lo está leyendo. SE-COR-TÓ.
No fue el simple bostezo callado de unos cuantos; ni los pies sobre la tierra de miles de ambulantes flotantes. La luna decidió apagarse y los pájaros roncaron al amanecer. Las mujeres sin sostén aprendieron a querer sus cuerpos, desinhibidas, fortuitas y seguras de que las estrías, el vello y la celulitis eran más atractivas que la silicona y el biogel.
Los hombres se detuvieron a llorar; habían acumulado tanta sal en los ojos que ardían pestañas y retinas.
Ese día nacieron ciento seis elefantes con trompas elásticas; cinco mil ancianitos-niños y tres políticos correctos...¡Y no fueron asesinados!
Lucía llegó temprano a la oficina y se preparó un agua para reventar los nervios, porque parecía muy tranquila. El jefe le dio una paga justa y le pidió que fuera a casa con los niños que tenía mal cuidados.
Los partidos de fútbol terminaron empatados en un reventón casi Decembrino, que hizo de las suegras dulces seres.
Un día se cortó la respiración del mundo y yo no me enteré.
Pasé la página de un libro que nunca se desempolvó y un poeta en una nube de tiza me enseñaba el dedo:
-Por pendejo y bufón- decía.
-Yo no tengo la culpa- repliqué- Al fin y al cabo, ni sabía cómo incluirme en el notición tras el mareo del colapso.
A las veintitrés horas pasó un señor vendiendo langostas y no supe qué hacía en una ciudad congelada, de humanos-hielo y calles nevadas. Sin pensar en temas psicotropicales, continúe arrastrando la zuela de mis zapatos por la acera y tras un cigarro pisoteado mezclado con un chicle, caí en las garras de una mañana asfixiante, caricaturesca e inundada de una nostalgia comprensible; eran ya las nueve y un poquito.
Y yo, había ignorado el día en que la respiración del mundo se cortó.
Hubiese podido ignorar otros días.
Por ejemplo, aquel fatídico y triste día en el que la tortuga se ahorcó con un trozo de su lechuga favorita, porque comprendió que la pájara pinta no lo determinaría ni aunque estuviese perdida.
O aquel otro, en el que olvidé escribir mi nombre bien en la tesis y la pasaron como si fuera de otro sujeto, que por puras cosas que pasan y no deberían, se llamaba como mi no-nombre y se graduó con honores.
No, no, no. ¿Y qué tal cuando me tocó apagar más velas que pastel y se esbozaron pelos blancos en el negro luto de mi cabeza?
Yo no me creo eso de que los años no me prestan atención. Ahora no importa.
Me han contado de las asesinas que perdieron las huellas del rifle y los revoltosos que elaboraron coreografías con sus compadres; las medias ya no olían a deporte y los besos repletos de saliva eran aclamados por los amantes más apasionados. Eso sí, la falta de aliento se la dejaron a la cortada mundial.
A las diez y un tanto entré a mi celda. Comencé a cortar mis uñas en forma de tenazas, evocando a esos escorpiones que broncean sus patas en la arena antes de la danza de la muerte.
Las limé, las limpié y luego pasé a morderlas... Sólo quería recordar qué hacía yo, mientras que la respiración del mundo se cortó.

Sabía que no estaba con ella, porque recién hablábamos días antes del apagón, de planes que estaban incompletos sin el otro (aunque yo sabía que ella podría y debía hacerlo sola) y de alimentos que ella no comía por defender la causa verde.
Tampoco estaba con mi "otra", porque ella se jactaba de reclamarme en malos términos: "¿Pero quién es esa?", "¿Y con quién estás?", "¿Vas a venir a recogerme?"; yo no soportaba el filo de sus preguntas y tampoco soportaba la ausencia de sus ojos, por eso mi "otra" ya no estaba en las fotos y sólo conservaba una caja con sus pupilas.

Acabé con uñas y casi dedos, fui a lavar mis manos. Una muchacha estaba parada frente a mí, con cara de molestia.    
-¿Ahora que olvidaste?- dijo.
-Nada importante-respondí.
-¿Necesitas que te lo repita?- preguntó.
-Sé que te molesta- afirmé.
-No me gusta que salgas sin mí- insistió.
-Quería tomar algo de aire- suspiré.

La muchacha agarró el bastón blanco, lo deslizó por mi mano y agarró mi brazo con tacto reclamante.
-Me da miedo cuando te escabulles en los pasillos sin ayuda, esos ojos tuyos no están para servirte.
-No es necesario que ataques.-siempre lo hacía sin intención- Ya lo haz dicho.
-Te puedes caer.
-A mí lo único que me molesta es no haber presenciado aquel día.
-¿Otra vez con eso?
-¿Cómo te sentirías tú, si las luces se averiaran  y la única forma de reconocer un rostro fuera imaginándolo?
-Siempre conociste mi rostro, más por el tacto que la vista.
-¿Será que algún día se le irá de nuevo el aliento a la tierra?
-Ya no sigas.

Un día se cortó la respiración del mundo.

Yo manejaba y discutía con ella. Tan frágil, atenta y siempre contraria a las cosas que le demandaba.
Ella se reservaba a observar, sus ojos solían acariciar bordes de ventanas y pellejos de dedos.
Insistía en el cariño que por mí sentía y cómo le gustaba acurrucarse a mi lado cuando todo parecía salir mal. Ella quería soñarse el mundo para luego hacerlo detener.
"Quiero que entiendas que no es un capricho, papá. ¿Qué tal sea posible?, ¡Un día la respiración del mundo se cortará!"
Llevo su mano a sus ojos, nadando en sales tristes que le ocasionaba mi negación. Ella prefería cubrirlos.
Luego de su llanto la colisión me tomó desprevenido, angustiado y molesto.
Ella dejó de estar con el primer impacto. Tras dos vueltas más sus palmas quedaron enganchadas a mis párpados.

Abrí mis ojos y no logré ver; mis gritos no salían como quería y era más el ruido que la atención. Ya no percibía ni luz ni sombra y esos dedos sobre mí ya habían congelado el paso de la sangre. Empalidecí ante su piel muy fría y sin permiso de mi cabeza, mi cuerpo se echó a dormir.
A pesar de mi inconsciente sé, que justo en ese instante, y no es mi intención mentirle, la respiración del mundo se cortó, de manera abrupta, sin dejar que yo lo notara, ni querer que ella lo anotara.