Sí, así como lo está leyendo. SE-COR-TÓ.
No fue el simple bostezo callado de unos cuantos; ni los pies sobre la tierra de miles de ambulantes flotantes. La luna decidió apagarse y los pájaros roncaron al amanecer. Las mujeres sin sostén aprendieron a querer sus cuerpos, desinhibidas, fortuitas y seguras de que las estrías, el vello y la celulitis eran más atractivas que la silicona y el biogel.
Los hombres se detuvieron a llorar; habían acumulado tanta sal en los ojos que ardían pestañas y retinas.
Ese día nacieron ciento seis elefantes con trompas elásticas; cinco mil ancianitos-niños y tres políticos correctos...¡Y no fueron asesinados!
Lucía llegó temprano a la oficina y se preparó un agua para reventar los nervios, porque parecía muy tranquila. El jefe le dio una paga justa y le pidió que fuera a casa con los niños que tenía mal cuidados.
Los partidos de fútbol terminaron empatados en un reventón casi Decembrino, que hizo de las suegras dulces seres.
Un día se cortó la respiración del mundo y yo no me enteré.
Pasé la página de un libro que nunca se desempolvó y un poeta en una nube de tiza me enseñaba el dedo:
-Por pendejo y bufón- decía.
-Yo no tengo la culpa- repliqué- Al fin y al cabo, ni sabía cómo incluirme en el notición tras el mareo del colapso.
A las veintitrés horas pasó un señor vendiendo langostas y no supe qué hacía en una ciudad congelada, de humanos-hielo y calles nevadas. Sin pensar en temas psicotropicales, continúe arrastrando la zuela de mis zapatos por la acera y tras un cigarro pisoteado mezclado con un chicle, caí en las garras de una mañana asfixiante, caricaturesca e inundada de una nostalgia comprensible; eran ya las nueve y un poquito.
Y yo, había ignorado el día en que la respiración del mundo se cortó.
Hubiese podido ignorar otros días.
Por ejemplo, aquel fatídico y triste día en el que la tortuga se ahorcó con un trozo de su lechuga favorita, porque comprendió que la pájara pinta no lo determinaría ni aunque estuviese perdida.
O aquel otro, en el que olvidé escribir mi nombre bien en la tesis y la pasaron como si fuera de otro sujeto, que por puras cosas que pasan y no deberían, se llamaba como mi no-nombre y se graduó con honores.
No, no, no. ¿Y qué tal cuando me tocó apagar más velas que pastel y se esbozaron pelos blancos en el negro luto de mi cabeza?
Yo no me creo eso de que los años no me prestan atención. Ahora no importa.
Me han contado de las asesinas que perdieron las huellas del rifle y los revoltosos que elaboraron coreografías con sus compadres; las medias ya no olían a deporte y los besos repletos de saliva eran aclamados por los amantes más apasionados. Eso sí, la falta de aliento se la dejaron a la cortada mundial.
A las diez y un tanto entré a mi celda. Comencé a cortar mis uñas en forma de tenazas, evocando a esos escorpiones que broncean sus patas en la arena antes de la danza de la muerte.
Las limé, las limpié y luego pasé a morderlas... Sólo quería recordar qué hacía yo, mientras que la respiración del mundo se cortó.
Sabía que no estaba con ella, porque recién hablábamos días antes del apagón, de planes que estaban incompletos sin el otro (aunque yo sabía que ella podría y debía hacerlo sola) y de alimentos que ella no comía por defender la causa verde.
Tampoco estaba con mi "otra", porque ella se jactaba de reclamarme en malos términos: "¿Pero quién es esa?", "¿Y con quién estás?", "¿Vas a venir a recogerme?"; yo no soportaba el filo de sus preguntas y tampoco soportaba la ausencia de sus ojos, por eso mi "otra" ya no estaba en las fotos y sólo conservaba una caja con sus pupilas.
Acabé con uñas y casi dedos, fui a lavar mis manos. Una muchacha estaba parada frente a mí, con cara de molestia.
-¿Ahora que olvidaste?- dijo.
-Nada importante-respondí.
-¿Necesitas que te lo repita?- preguntó.
-Sé que te molesta- afirmé.
-No me gusta que salgas sin mí- insistió.
-Quería tomar algo de aire- suspiré.
La muchacha agarró el bastón blanco, lo deslizó por mi mano y agarró mi brazo con tacto reclamante.
-Me da miedo cuando te escabulles en los pasillos sin ayuda, esos ojos tuyos no están para servirte.
-No es necesario que ataques.-siempre lo hacía sin intención- Ya lo haz dicho.
-Te puedes caer.
-A mí lo único que me molesta es no haber presenciado aquel día.
-¿Otra vez con eso?
-¿Cómo te sentirías tú, si las luces se averiaran y la única forma de reconocer un rostro fuera imaginándolo?
-Siempre conociste mi rostro, más por el tacto que la vista.
-¿Será que algún día se le irá de nuevo el aliento a la tierra?
-Ya no sigas.
Un día se cortó la respiración del mundo.
Yo manejaba y discutía con ella. Tan frágil, atenta y siempre contraria a las cosas que le demandaba.
Ella se reservaba a observar, sus ojos solían acariciar bordes de ventanas y pellejos de dedos.
Insistía en el cariño que por mí sentía y cómo le gustaba acurrucarse a mi lado cuando todo parecía salir mal. Ella quería soñarse el mundo para luego hacerlo detener.
"Quiero que entiendas que no es un capricho, papá. ¿Qué tal sea posible?, ¡Un día la respiración del mundo se cortará!"
Llevo su mano a sus ojos, nadando en sales tristes que le ocasionaba mi negación. Ella prefería cubrirlos.
Luego de su llanto la colisión me tomó desprevenido, angustiado y molesto.
Ella dejó de estar con el primer impacto. Tras dos vueltas más sus palmas quedaron enganchadas a mis párpados.
Abrí mis ojos y no logré ver; mis gritos no salían como quería y era más el ruido que la atención. Ya no percibía ni luz ni sombra y esos dedos sobre mí ya habían congelado el paso de la sangre. Empalidecí ante su piel muy fría y sin permiso de mi cabeza, mi cuerpo se echó a dormir.
A pesar de mi inconsciente sé, que justo en ese instante, y no es mi intención mentirle, la respiración del mundo se cortó, de manera abrupta, sin dejar que yo lo notara, ni querer que ella lo anotara.
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