viernes, 20 de julio de 2012

Un Don, Sandra y Marta

Los momentos poéticos se me pasan fugazmente. Les digo poéticos, pero Sandra me decía que más poesía tenía ella en la mota del ombligo. Esta mañana, descolgaba la ropa y repetía dos versos que me sonaban bien, pero después de los calzoncitos rojos ya no recordaba el orden de las consonantes. Cambié mis botas y salí a caminar, debía llegar a las cuatro, pero no antes, para no sobrar entre el sofá y el tapete. Me atraganté con una corriente de saliva dulce y comencé a toser, recordé el pañuelo del viejo y escupí allí, para que me pasara el aire. Entré a la lavandería y la vieja de medias grises y pelo semi-canoso me dice que son tres mil por pieza de ropa, yo le digo que tengo dos mil y que el resto se lo pago a cuotas. Sonríe y me manda amablemente a  joder a otro lado.
No me gusta lavar pantalones, los uso demasiado y a la hora del mal olor, me doy cuenta que ya la dejación les ha cambiado hasta el color, eso le molestaba a mi sobrinita, la pobre me abrazaba y decía que detestaba más que el hedor de mis jeans, su color disparejo. Tres y diez y prefiero incomodar la reunion de muebles en la sala de estar.




Anoche fui a la "Caverna de Guillermo Serpiente", mi hermano decía que debía ser todo un hombre, así que con una Heineken en la mano, me apuntaba a una mujerzuela de la barra con labios gruesos, cabello teñido y expresión miserable. Sentía pena por ella, tan vacía, tocándome por los pesos que le había dejado Fernando dentro de las bragas, pero me dejaba, ¿Quién se le niega a esos ojitos tristes? Descubrí que la parte que más me gustaba de ella era una cicatriz que tenía, esa que deja la apendicitis, cuando se te estalla literalmente la mierda. Supongo que se llamaba Marta, lucía como Marta, besaba como Marta e insultaba como Marta, aunque me dijo que prefería algo menos Martezco, como Lucía o Diana. A eso de las seis Marta ya no estaba, alimenté el pez y me di una ducha rápida. Pasaba de espuma y vapor, se me hizo un Flashback entre las cejas. Mi mamá decía que debía conseguir una mujer que atendiese cada una de mis necesidades así como ella lo hacía conmigo. Me repetían a los ocho que era fuerte y no debía dejarme de nadie. Cazaba sapos a la cuando  la tarde era verde y mi padre me golpeaba las manos con el alambre de púas. Ya de ahí pasaba con Doña Constanza (la del vecino) para la cocina y  no salían hasta que les quedaba bien condimentado el asunto.


Cuatro y veinte, Sandra llamó atorada de ira, "¡Era a las cuatro y ya había calentado el maldito vino!", ¿Cómo le decía que me había hundido entre los cojines?. Colgó llorando al parecer. Sandra visita todos los Martes el hospital del Sur, tiene un marido que quedo como apio sin cocinar y no alcanzó a darle un hijo. Sandra me conoció un día comprando pimentón y tenía el pelo feliz; tiene más años que Fernando, pero diez menos que la vieja de las medias grises, aprieta las rodillas cuando no le prestan atención y fuma tomando café, le digo que parece iguana, pero si fuera eso cierto, no estaría con ella. Sandra se comporta como una dama, pero las damas son las que menos se comportan. No le gusta lo que escribo, no le gusta como hablo, no sabe mi apellido y a lo mejor solo se quedó conmigo porque no parezco vegetal. Sandra golpeó la puerta y me dejó un sobrecito: Su marido ha muerto y está esperando un niño. Tomo la libreta y enciendo el equipo, escribo por el pez que se infló y nada aletas arriba, me acuerdo de un apéndice extraído y me pongo los calzoncitos rojos.


-¿Aló?
- Marta
- Lucía
- ¿Dónde estás?
- Vos sabes
- ¿Me esperas?
- Pues claro mijo, vos sabés que me gustás y si querés te reservo turno.
-Tendré un hijo.
-¿Y para que me contás eso?
-¿Te gusta el mar?
-Y entonces, pues claro que me gusta.
-Ah, pues siendo así prepara ya tus cosas.
-¿Me vas a llevar de viaje?
-Si.
-¿Y tu hijo?
-La mamá prefiere las ensaladas.






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